Cada vez que voy a Cáceres reservo para comer en Atrio. Y lo que me llama a hacerlo no son sus dos estrellas Michelín y sus tres soles Repsol, distinciones que no forman parte de mis factores a tener en cuenta a la hora de elegir un restaurante. Lo que me hace volver a Atrio es todo lo que conforma la visita, su cocina, por supuesto, el ambiente, la atención recibida al llegar, la del personal de sala…y especialmente la forma de ser, la amabilidad y el trato en general que Toño Pérez y José Antonio Polo tienen con sus clientes. Los dos son Premios Nacionales de Gastronomía, al mejor cocinero y al mejor jefe de sala.

Además de recibir a los clientes en la recepción, supervisan todos los detalles y se pasan por las mesas para dialoga con ellos en el comedor. Derrochan simpatía y buen hacer. Y les encantan las tortillitas de camarones de Cádiz…

Las mesas están cubiertas con manteles de hilo, y junto a la cristalería, la vajilla y la cubertería son detalles que hacen del comedor un espacio en el que el cliente se encuentra cuidado y bien atendido en todo momento.

El edificio también es un atractivo más, una antigua y preciosa casa en el centro de Cáceres rehabilitada por los prestigiosos arquitectos Luis Mansilla y Emilio Tuñón y ha recibido el premio FAD de Arquitectura.
Conozco varios restaurantes que poseen estrellas Michelín y Atrio es uno de mis preferidos. Toño utiliza en su cocina los productos de Extremadura, que son variados y de excepcional calidad, y en esta ocasión hemos coincidido con su homenaje al cerdo ibérico y los productos de temporada, con motivo del 30 aniversario del restaurante.

Toño lleva 34 años usando el cerdo de las dehesas extremeñas y sacando de él todo el partido que se le puede sacar. Es conocido el dicho que reza “del cerdo hasta los andares”.

Para él es su producto fetiche, sin el que no se puede entender la cocina de Atrio. Todos los pases del menú homenajean al que llama “el cochinito feliz” y tienen alguna elaboración con el mismo, como las lionesas de panceta ahumada con tomillo y orégano, el bollo de tinta con calamar y guiso de oreja, la careta de cerdo con cigalas y jugo cremoso de ave…

Si vemos el menú nos daremos cuenta que es un completo y amplio homenaje en el que no falta de nada.



Todos y cada uno de los pases sorprenden, son bocados exquisitos y cuando acabamos nos preguntamos qué vendrá ahora…no puede ser mejor…Y de nuevo sorpresa y exquisitez.

No se trata de emplatados más o menos bonitos o conseguidos, no, los sabores y la calidad de las materias primas son espectaculares.

En los postres incluye al “cochinito goloso” en pases como el jamón y queso con bizcocho de te matcha y membrillo, o el chocolate ibérico con café y jamón rancio.

La bodega de Atrio tiene un merecido reconocimiento como la mejor del país, es una verdadera joya. De hecho una de las cosas que ofrecen al cliente es conocer la bodega al terminar de comer.
Posee botellas de coleccionismo, José Polo empezó a comprar botellas de vino a principios de los años 90 y comprendió que tenía que buscarles un lugar apropiado. Así surgió la cripta, circular, luminosa, silenciosa, en la que los vinos están ubicados en círculos concéntricos, desde cosechas del siglo XIX (1806, 1883, 1884, 1891, 1899), hasta cosechas del siglo XXI, en total 76.

Que nadie se asuste por los precios, ya que para acompañar el menú ofrecen vinos estupendos de precios muy variados. Ya está en el gusto del cliente elegir uno u otro, pero la carta es amplia y diversa.
Acabo esta crónica de mi última visita a Atrio contando que Toño y Jose han adquirido un nuevo restaurante, el Torre de Sande, muy cercano a Atrio.

La Torre de Sande es un edificio del siglo XVI, precioso por fuera y por dentro, en cuya carta han rescatado platos más tradicionales, como las croquetas, la ensaladilla o los platos de cuchara, sin dejar de lado otras propuestas más novedosas. Nos contó Toño que el factor que más les influyó para hacerse cargo de este nuevo establecimiento fue la cercanía a Atrio, ya que pueden ir de uno a otro andando en muy pocos minutos. Prometimos que en la próxima visita a Cáceres iríamos a conocerlo.